miércoles, 24 de noviembre de 2010

Reflexión paralela_LOLA CARUNCHO LLAGUNO

Tras la clara y entretenida exposición sobre el libro de Peter Zumthor "Atmósferas", es irremediable pararse en los conceptos que se trataron y elaborar una reflexión que aplique esos conocimientos a nuestra visión de la Arquitectura. El título aclara de forma sencilla el tema que Zumthor trata en toda su obra: la creación de atmósferas, espacios llenos de fluidez y vida. Ésta es precisamente la clave del éxito arquitectónico: construir edificios con vida, sorprender con espacios que aportan personalidad. Considerar la arquitectura como algo "inerte", muerto, no logra alcanzar espacios habitables, donde las personas queramos estar. Si nuestra vida la aplicásemos literalmente a desempeñar nuestra función de humanos, pero sin vivirla en plenitud, no nos aportaría nada y nuestra presencia en este mundo carecería de importancia.

De este mismo modo y con este pensamiento, se debe pasar a conceptuar la arquitectura como un arte vivo, así como la música, que durante toda su Historia ha sido tan debatida y discutida por el hecho de querer "vitalizarla". Y muchos músicos consiguieron hacerlo, como Stravinsky, con sólo mirar esa música congelada desde otro punto de vista.

Siguiendo la reflexión literaria expuesta por Zumthor, esa vida que debe cobrar un edificio tiene que hacerlo tanto por fuera como por dentro, es decir, conseguir la máxima relación vital mientras la obra no se olvida de cumplir su función. Así, un espacio creado no debe nunca imponer su estructura interna, sino estar allí en continuo quehacer para que la persona deambule libremente en su integridad por la construcción, acogiendo al visitante para que se encuentre cálidamente reconfortado entre sus paredes, sin intimidar, sin atemorizar. Parecen puntos y aspectos fáciles de conseguir, pero el principal problema de la inmaterialidad de estos conceptos que hay que lograr se encuentra en que no son medibles ni predecibles, sino todo lo contrario: no comprobaremos su éxito hasta que el edificio no haya sido terminado y habitado.

Si nuestra vida va a formar parte y añadirse a una construcción física, ésta debe devolver el aporte vital que recibe de nuestra parte a modo de sensibilidad, cercanía, correlación... Y no con frialdad y anonimato, pues esto se torna en rechazo hacia el edificio por nuestra parte. Es normal que a veces nos preguntemos "¿me ha respondido alguna vez la arquitectura con este tipo de estrecha relación recíproca?". La solución más fácil, y como justamente recuerda nuestro autor en otra de sus obras "Pensar la arquitectura", es pues echar la vista a nuestro pasado en busca de una "arquitectura perdida" que formó parte de nuestro inicios en este mundo artístico en el cual éramos niños que no reflexionábamos sobre arquitectura sino sobre la vida de los edificios. A un niño, como bien podemos todos recordar, no le interesa la funcionalidad de una estancia, sino verse relacionado y acogido por ella, en definitiva, estar a gusto. Esos espacios que con tanta añoranza recordamos de hace unos años (unos más, otros menos) consiguen que ahora partamos de esta línea en busca de una arquitectura más acorde y más personal, coexistente con nuestros estados de ánimo y evocando fuertes sensaciones inmateriales. ¿Construir un techo? Todos pueden. ¿Crear un ambiente? Se necesita sensibilidad. Quiero terminar esta reflexión abierta por Zumthor con un edificio comentado como fue el "Museo Judío de Berlín", pabellón de Museo de la capital, que consigue trasmitir con su diseño integral el vacío de todos los judíos exterminados en Alemania, unido a líneas simples y fachadas cerradas que evocan los claustros de la catástrofe.

Pasando a una segunda parte estrechamente relacionada con "Atmósferas", debemos pararnos a reflexionar sobre la importancia del movimiento en el arte. Al fin y al cabo, la arquitectura nunca ha estado quieta, sino que a lo largo de toda su Historia, ha ido creando una trayectoria fácilmente apreciable por las huellas que iba dejando a modo de corrientes paralelas y diferentes, todas ellas confluyentes en el concepto de espacio, que a su vez está acotado por infinidad de movimientos. Toda arquitectura es un conjunto que gira, se mide, fluye, se desplaza.... Aunque todo ello no implique traslación ni suponga cambio de lugar, el movimiento arquitectónico es meramente inmaterial y tiene una fuerte importancia y relación con la creación así de espacios. Del mismo modo volvemos a hablar de música, destacando al que fue director teatral de la Bauhaus, Oskar Schlemmer, cuya intervención en el teatro de esa escuela y su posterior Ballet Triádico constructivista, consiguió plasmar espacios que representasen por sí solos el movimiento de las personas que allí trabajarían. En general, la mayoría de los grandes músicos creaban armonía en movimiento que luego era fácilmente representable en escenarios. El mismo objetivo conseguido es el que persigue la arquitectura.

Otros artistas quisieron geometrizar el movimiento y enfocarlo a algo tan olvidado pero necesario como es la gravedad, estado imprescindible para la existencia de movimientos. En clase se habló de Merce Cunningham, Martha Graham o Trisha Brown, artistas que plasmaban el movimiento humano por medio de posturas del cuerpo y desplazamientos en el aire gravitatorio. En sus propuestas, el equilibrio espacial es imposible pero logran así un movimiento muy real plasmado en un fotograma. Estos equilibrios y posturas imposibles me recuerdan al genio escultórico francés Auguste Rodin, cuyas esculturas impresionistas de yeso vaciado recubiertas de bronce se centraban en posturas humanas incómodas o fuera del equilibrio total. El escultor supone pues otro medio de representación del espacio quieto, esta vez en tres dimensiones congeladas a modo de escultura.

Termino entonces resumiendo esta reflexión sobre la arquitectura perseguida que debe portar un alto porcentaje de vitalidad y movimiento en su construcción, para que no desempeñe únicamente el papel funcional sino que cree espacios habitables, cómodos y capaces de inmiscuirse en la vida humana formando parte de nosotros mismos. Cierro con una foto de la escultura más conocida de Rodin para quien no conozca su obra. Se llama "Le penseur" ("El pensador"), colocada a unos 2 metros de altura sobre el suelo, nos hace reflexionar sobre la aparente postura cómoda del modelo, ya que la rodilla en que apoya el codo es la contraria de la que solemos usar para tal situación, pero uno no aprecia esta incomodidad debido a la conseguida expresión de concentración del pensador. El resultado es impresionante y sorprendente, sobre todo cuando concebimos todo la apariencia que trasmite una sola escultura.



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